o. Adentro del saco una papaya. No salía con él a la calle, pero lo usaba por las tardes mientras arreglaba la casa, cocinaba o enmarcaba cuadros. Una papaya era lo más parecido a una barriga primeriza. Pensaba en la tristeza de las mujeres estériles o las que suplican arrodilladas en la iglesia por un bebé que no muera al quinto mes, que no explote dentro de ellas a media noche. A mí me habían regalado uno, quería ganármelo, merecerlo a punta de dolor como una madre. Al no ser mío, yo tenía claro que no sufriría de la misma forma: el niño no podría preguntar, acalorado y lleno de rabia, cuando le llamara la atención por algo mal hecho: «¿Entonces para qué me tuvo?».