–No, Vania, mira –siguió diciendo, poniéndome una mano en el hombro, mientras con la otra me estrechaba una mano, y sus ojos buscaban mis ojos–, es que le he visto poco preocupado, estaba hecho todo un marido... ya sabes, como esos hombres que llevan ya diez años casados, pero todavía se muestran cariñosos con su mujer.