La mayoría de nosotros somos como Jonás. Tenemos que estar expuestos múltiples veces a nuestra necesidad de la gracia de Dios, que a menudo viene a través de experiencias de decepción y fracaso, y al mensaje del evangelio. Convertir el amor de Dios y la gracia de Cristo en los principios que motivan nuestros corazones, en el núcleo de nuestras identidades, es un proceso y a menudo es lento.