No dan nada de sí mismas en el amor, pues no tienen nada que dar; se cierran en torno del hombre, en un reflejo doloroso, y ese dolor es un anhelo inexpresado que se sitúa en el polo opuesto de la ternura y del placer. Durante siglos han estado relegadas al corral de los bueyes, veladas, circuncisas. Nutridas en la oscuridad con dulces y grasas perfumadas, se han convertido en toneles de placer, balanceándose sobre piernas de una blancura de papel y de venas azules.