está el día entero en la terraza del Broker’s Club mirando pasar a las mujeres, con el ojo inquieto del que baraja incesantemente un viejo mazo de naipes pringosos. De vez en cuando un gesto rápido, veloz como la lengua del camaleón, señal casi imperceptible para quien no esté prevenido. Entonces sale furtivamente de la terraza una figura en seguimiento de la mujer señalada. A veces sus agentes detienen e importunan abiertamente, en su nombre, a una mujer en la calle, ofreciéndole una suma de dinero. En nuestra ciudad nadie se ofende por eso. Algunas muchachas se limitan a reír. Otras aceptan inmediatamente. Pero nunca se advierte un gesto de ofensa. Entre nosotros no se finge la virtud. El vicio tampoco. Ambos son naturales.