Durante el verano del año 386, a los treinta y un años, mientras lloraba desconsolado bajo una higuera, Agustín de Hipona escuchó una voz infantil que cantaba tolle, lege (toma y lee), tolle, lege, tolle, lege, una y otra vez. Sin poder encontrar el origen del canto, decidió seguir la instrucción, tomó la Biblia que había dejado en el suelo, la abrió al azar y leyó un párrafo. Al dejar el libro ya era un converso.