Aprecian que el maestro tenga sentido del humor, que se ría, que se sonría al menos; pero mucho, mucho cuidado con la sonrisa irónica, porque la detestan, y con la fingida, porque la detectan. Que sea paciente, que tenga más paciencia, y más todavía. Paciencia, que no lentitud, o indiferencia. Paciencia que es presencia que espera tendiendo la mano.
Por si cupiera alguna duda, la tarea de ser maestro exige la alquimia de unificar en un todo coherente cosas aparentemente contradictorias: unir la exigencia y la indulgencia, hacerse respetar sin exigirlo, ser comprensivo y estimulante, representar un modelo de saber, pero no presentarse como poseedor de la verdad.
Lo peor: cuando no encuentro un canal de comunicación con algunos niños. No saber sembrar el entusiasmo