El padecimiento de la locura melancólica nos lleva a una dimensión porosa, maleable y polisémica: un espacio que se expande con desmesura y que traslapa otros territorios. Por ello, muchos de los problemas típicos de la modernidad se vinculan con la melancolía: el despotismo ilustrado, el misticismo, la soledad, la crisis de la familia, las creencias heréticas, el crimen, la vejez, los límites de la razón ilustrada… Al recorrer con la mirada las estampas melancólicas nos percatamos de que las aristas de los tiempos modernos son filosas y provocan graves heridas, y que el progreso —si es que así se puede llamar la marcha histórica hacia el fin del periodo colonial— va acompañado de inmensos sufrimientos. Y posiblemente las imágenes de la locura y de los desarreglos mentales son las que de manera más directa y dramática nos transmiten el dolor, pues a las dimensiones materiales del sufrimiento —miseria, hambre— se suman los dolores espirituales y emocionales llevados a sus extremos delirantes.