Cada paso, todos y cada uno, habían llevado a este momento.
Desde la fortaleza en las montañas nevadas, donde un hombre con el rostro tan duro como la roca que lo rodeaba lo había echado a la intemperie, hasta esa mina de sal en Endovier, donde la asesina de ojos de fuego salvaje se rio de él, indemne a pesar de haber pasado un año en el infierno.
Una asesina que se había encontrado con su esposa, o se habían encontrado mutuamente, dos mujeres bendecidas por los dioses recorriendo las ruinas sombreadas del mundo. Y que ahora sostenían el destino del mundo entre ambas.