Karolina Ramqvist

Escribir era una forma de explorar lo humano, de investigar esa vida en la que todo el mundo parecía participar; al mismo tiempo, era un modo de librarse de ella, de no tener que necesitar a otros y obedecer las mismas leyes implacables que todo el mundo obedece, y que regulan la pérdida y la vulnerabilidad.

Alguien de mi familia me dijo que las iglesias siempre habían surtido ese efecto en la gente, que estaban construidas para ello: para infundir miedo. Y quizá fuera así. Yo al menos, al cabo de un tiempo pasando por allí cada mañana, empecé a sentir miedo de Dios, empecé a sentir miedo de lo que pudiera ocurrírsele hacerme a mí.

A todos.

Es algo que siempre late en el fondo de nuestros relatos: la idea de que lo malo nos hace avanzar, de que aquello que no nos mata nos hace más fuertes y que cada uno de nosotros es un héroe que supera las dificultades para poder alzarse al final dispuesto a contar su propia historia.