Meyer Marissa

Porque aunque fuera perfectamente capaz de ocuparse de sí misma y no necesitara de Adrian ni de los sanadores para cuidarse, había algo en sus intentos apenas disimulados por ocultar su preocupación que a ella no podía dejar de resultarle encantador

Ace Anarquía se volteó y saltó. Saltó desde una altura de tres plantas, directo al fuego.

Por otro lado –prosiguió, su voz tierna y baja–, si decides rechazarlo…

Cath parpadeó para contener la humedad de sus ojos.

–Entonces espero que no te ofenda si… –Jest vaciló apenas un instante. Había una nueva tensión en sus hombros, una inesperada inseguridad en la expresión de sus cejas– pasara a verte. O… a tu padre.

–Mi padre –susurró.

–¿Crees… que hay alguna esperanza de que tomara en consideración mi solicitud para cortejarte? Con todas las buenas intenciones que un pobre joker como yo pudiera tener.

Por el asesinato de Jest, el Joker de la corte de Corazones, condeno a este hombre a morir –Cath habló sin sentimiento, libre del amor, de los sueños o del dolor de un corazón roto. Era un nuevo día en Corazones, y ella era la Reina.

–Que le corten la cabeza.

Ace estaba muriendo

Algunas personas siempre estuvieron destinadas a ser héroes.

Al igual que algunas personas siempre estuvieron destinadas a ser villanos.

Para el mundo, ellos eran Hugh Everhart y Simon Westwood. Superhéroes. Concejales. Miembros fundadores de los Renegados.
Pero para Adrian eran, más que nada, sus papás

cómo muere alguien por caer siete plantas, si puede volar

Todas las revoluciones implican muerte. Algunos deben morir para que otros puedan vivir. Es una tragedia, pero también, una verdad

Lo que necesitaba la población era aprender a cuidarse a sí misma, pero nunca ocurriría mientras gobernaran los superhéroes