Ninguna de las dos habló por un rato. Crier notó que era una interacción extraña: no era un encuentro programado. Como la noche en la poza. No había tutor ni tareas ni la esperaban en el comedor. Crier ya se había bañado. Hasta que llegara el alba, podrían hacer lo que quisieran. Podrían visitar el salón de música o la biblioteca. Podrían colarse a la cocina para que Ayla comiera todo el pan que quisiese, incluso del que tenía nueces y frutas. Podrían ir a los jardines a ver las flores nocturnas abriéndose bajo la luna, o podrían ir al techo y ver las estrellas, o podrían caminar hasta los peñascos y ver las olas chocar contra las rocas negras.