A diferencia del político, que en principio pretende mejorar la situación de sus compatriotas, y por ello opta por la actividad pública, el artista –pintor, escritor– vive simultáneamente en dos estadios temporales diferentes, el presente y una especie de eternidad. Por una parte es un ciudadano como los demás, y sus actos se juzgarán en función de las leyes y normas de su tiempo, pero por otra parte está comprometido en una búsqueda cuyo objetivo último es una verdad intemporal y cuyos resultados se dirigen ya no a sus compatriotas, sino a la humanidad. Lo que es bueno para un político no basta al artista, cuya ambición es más elevad