Según Mora (2013), aprendemos lo que nos admira, nos maravilla, nos seduce, nos sorprende, nos cautiva, o bien lo que nos desconcierta, inquieta, desestabiliza o desconsuela. Aprendemos a desaprender y a volver a aprender. Aprendemos con la pasión y la razón, con la curiosidad para entender qué nos interpela ante la sinrazón o el conflicto. Aprendemos en el problema, en la oscuridad de la ignorancia que se desvela cuando aparece la luz que puede desterrarla. Aprendemos de memoria, también en la rutina, siempre que nos haga falta. Aprendemos del otro y con el otro, siempre desde la propia transferencia. Cada uno aprende a medida y olvida parte de lo que aprende, si no le resulta útil. Aprendemos conectando y dando sentido a saber decir lo que sabemos en diferentes lenguajes según nuestro talento para cada cosa y el aprendizaje que hemos hecho. Hay quien aprende palabras; otros, gestos; otros, sonidos o incluso silencios. Aprendemos a anudar en una red los hilos de los nuevos aprendizajes, así no se escapan. Aprendemos enseñando, mostrando, haciendo, diseñando, creando, reflexionando y cuidando de lo que amamos o nos preocupa. Aprendemos por necesidad lo necesario y olvidemos el resto. Pero siempre siempre aprendemos lo que para nosotros tiene valor. Y aprendemos, en todo momento y en todo lugar, de todos y de todas las circunstancias, porque cuando acabemos de aprender será la hora de que acabe para nosotros el mundo y se escriba ¡el epitafio que nunca podremos aprender! No en vano decía Confucio que «aprender sin reflexionar es malgastar la energía».