Mary Midgley, quien, desde su sillón, hablaba de los autores de los libros que conservaba en la estantería como si acabasen de marcharse de la habitación, nos pasaba papeles, notas y recortes que cubrían todos los alféizares, todas las superficies y casi por entero la alfombra de su minúscula sala de estar: Collingwood, Joseph, Price, Wittgenstein, Austin, Ayer, Hare. Nos habló también de sus amigas, todas fallecidas ya, Iris, Philippa y Elizabeth. Hubo una cuestión en especial que Mary quiso que entendiéramos, a saber, qué significaba «estar en guerra». Literalmente