Tomemos otro ejemplo, ahora del poeta Carlos Pellicer. Es el atardecer y el poeta se halla, sentado, al borde de un cultivo de maíz, en diálogo con el “hermano Sol”, cuya luz toca las espigas:
Tiene la milpa edad para que hicieras
con puñados de luz sonoros tramos.
Adviértase que el poeta ha conjugado, en la imagen, dos sentidos distintos: la luz del sol, que es arrojada al azar, a puñados, produce tramos, o sea, porciones de diseño geométrico que tienen, además de luz y de color, un determinado sonido: parece que se pudieran escuchar, son tramos sonoros. Luego, el poeta dice (al Sol con el que dialoga):
Si en la última piedra nos sentamos
verás cómo caminan las hileras
y las hormigas de tu luz raseras
moverán prodigiosos miligramos.
La luz del sol, la tarde, las espigas: movimiento que semeja el de hormigas que movieran miligramos de luz nacidos del maíz: partículas que danzan, maravilla de colores y sonidos, los minúsculos granos de la luz solar, un cúmulo de hormigas, miligramos prodigiosos. ¿Es acaso necesario subrayar el hallazgo que priva en estos versos, una creación verbal, insólita, de Carlos Pellicer?