Cuando ahora intento dar un orden a los sucesos inconexos e incoherentes de aquel periodo, advierto que mi sensación creciente de caer en un abismo o vacío estuvo acompañada por dos sucesos trascendentales que ocurrieron al mismo tiempo: la guerra y la pérdida de mi trabajo docente. No me había dado cuenta de hasta qué punto la rutina diaria crea la ilusión de una estabilidad. Dado que ya no podía llamarme profesora ni escritora, que ya no podía vestirme como me vestía todos los días, ni pasear por la calle a mi ritmo, ni gritar si quería, ni dar palmaditas en la espalda a un colega masculino en un arrebato, dado que ahora todo ello era ilegal, me sentía ligera y novelesca, como si anduviera por el aire,