Esa autosuficiencia, esa especie de fanfarronería viril que tan bien define al genio griego, será más tarde y por otros motivos la de los estoicos, colmo del pensar urbano e histórico. En efecto, mientras Platón aún venera (aunque no demasiado) a los poetas y reconoce la naturaleza inspiradora de las musas,4 Zenón, el fundador de la Stoa, se declara enemigo de los pavos reales y critica a los ruiseñores, guardianes avícolas del jardín griego: «El sabio no deja sitio para tales objetos en la ciudad». Su discípulo Crisipo irá todavía más lejos; enseñará que el jardín es, junto a sus fuentes, hiedras y rosales trepadores, «una pérdida de tiempo» para quien se dedique a pensar. Por el contrario, Epicuro, como Platón y Aristóteles—quienes, aunque urbanos, responden a ciertos apegos y tradiciones—, creerá que todo tiempo perdido puede ser recuperado, diálogo mediante, en la calma del jardín.