Cuando al final comprenda esto, hay cuatro cosas a hacer. Puede echar la culpa a esas cosas que le han decepcionado e intentar conseguir otras mejores. Este es el camino de la idolatría continuada y de la adicción espiritual. Lo segundo que puede hacer es culparse, castigarse diciendo: “No sé cómo, pero soy un fracaso. Veo que todo el mundo es feliz. No sé por qué yo no lo soy. Dentro de mí hay algo que no funciona”. Esta es la vía del desprecio a uno mismo y de la vergüenza. Tercero, puede culpar al mundo y decir: “¡Maldito sea el sexo opuesto!”, en cuyo caso se volverá duro, cínico y vacío. Por último, como expone C. S. Lewis al final de su gran capítulo sobre la esperanza, también puede reorientar el foco de su vida para que apunte a Dios. Concluye diciendo: “Si encuentro en mi ser un deseo que no puede satisfacer ninguna experiencia mundanal, la explicación más probable es que fuera hecho para otro mundo [algo sobrenatural y eterno]”