Sentíamos sus voces viniendo de lejos. Camilo puso una mano cerca de la mía, lentamente, todo fue el roce de esas manos. Nuestros cuerpos, nuestras mentes en ese espacio mínimo. Estábamos entumidos y, sin embargo, algo semejante al calor nos sonrojó las mejillas. No nos atrevíamos a mirar a nadie, seguíamos con la vista puesta en el suelo, en nuestros calcetines de lana tejidos por la abuela. En nuestros chales. La mano de Camilo se instaló arriba de la mía. Su