La cultura, en manos de la Iglesia, se refugió en los monasterios, donde pacientes monjes copiaron y preservaron el legado clásico, ciertamente, pero también destruyeron todo lo que incomodaba a la Iglesia y falsificaron muchos textos para favorecerla o justificar sus abusos. Esa minoría de clérigos cultos (san Agustín, san Isidoro, san Jerónimo…) fue como una lamparita que apenas alcanzaba a iluminar el vasto océano de tinieblas de una mayoría analfabeta, en la que también se incluyen nobles e incluso reyes