Porque la libertad, para los holandeses, era algo tan simple como mirar, tocar los objetos. Estaba en los retratos de interiores, con sus manzanas, sus platos de cinabrio: en la ausencia de división entre lo grande y lo pequeño, lo elevado y lo común, lo importante y lo secundario. En los detalles terrenales pintados con toda paciencia. Y no había necesidad de embellecerla, pues lo que importaba era la revelación de la apariencia exacta de lo que es real.