Jane Caputi y Diana E. H. Russell han escrito en The Politics of Woman Killing que, en el escenario de las sociedades inglesa y estadounidense, similar en términos de género al de otros países como México, la misoginia no sólo produce violencia contra las mujeres, sino que distorsiona la cobertura informativa de los crímenes.
«Femicidio, violación y maltrato», escriben dichas feministas, «son ignorados de varios modos o expuestos en forma sensacionalista por la prensa, dependiendo de la raza de la víctima, de su clase social y su atractivo fisionómico (es decir, de los patrones masculinos)». La policía, los medios de comunicación de masas y la respuesta pública a los crímenes contra mujeres de color, o pobres, o lesbianas, o prostitutas y drogadictas, denuncian Jane Caputi y Diana E. H. Russell, engloban una perspectiva tenebrosa. Ya que, por lo regular, la apatía se entrelaza con el uso de estereotipos peyorativos y la inculpación de las víctimas.
Lo que indican Caputi y Russell se cumplía en el caso de las muertas de Juárez: la mayoría de ellas eran mujeres o niñas de familias precarias, obreras de maquila, jóvenes anónimas. Tanto las víctimas como sus familias habían sufrido tratos desdeñosos e incriminatorios, se las había acusado de descuido, de imprudencia, e incluso de llevar una doble vida que las expuso al riesgo criminal. Más de una vez, los funcionarios judiciales habían amonestado a las familias juarenses por «faltar a sus obligaciones» preventivas respecto de las menores. Al dolor por la pérdida de una hija, al registro lacerante de la impunidad e ineficacia policíaca o ministerial, se había añadido la humillación pública.