Pequeñas manifestaciones de luz

Traía impreso un rectángulo cuadriculado con distintas letras hebreas en cada casilla. Tenía un título, en español: Los 72 nombres de Dios. Y una leyenda: “Estos no son nombres en el sentido habitual de la palabra, sino combinaciones que te conectan con una corriente espiritual infinita”.

Le ha vuelto el hambre: el deseo de comer, vivir su vida y dejar de esperar respuestas donde no las hay.

¿Cómo iba a entender la tristeza de otros, cuando apenas comprendía lo que me pasaba a mí?

vivir su vida y dejar de esperar respuestas donde no las hay.

Contrario a lo que suele creerse, para viajar sola por el mundo no se necesita valor, confianza en una misma, ser extrovertida o tener un plan minucioso. Basta con un empujón, un pequeño impulso para pedir una beca, un préstamo, un crédito, hacer las maletas, tomar el avión, llegar al lugar deseado y armar un esbozo de itinerario, no definitivo, con los datos básicos: dónde dormir y qué visitar. Ni siquiera hace falta una razón, aunque se pueden inventar excusas: “encontrarse a una misma”, “ponerse a prueba”, “cumplir un sueño”.

“Las palabras hacen falta para todo”

Me dolía la cabeza por la cerveza del día anterior y empecé a sentir náuseas de tanto comer dulce. Vi a mi abuela y le pregunté mentalmente si ella tuvo miedo de las bombas atómicas. Entonces escuché, clarito, su voz. No me respondía. En cambio, decía una frase que, recuerdo, usaba mucho: “¿No te quedas a comer?”

Pensé otra vez en Hiroshima y en Nagasaki. Que todo se desmorone de pronto.

Ella me contó que en sus tiempos la amenaza nuclear era una pesadilla recurrente y los medios de comunicación alimentaban la paranoia general. Incluso, —me decía trenzándose por vigésima vez el pelo largo y gris— el gobierno instaló en cada esquina alarmas que se activarían en caso de bombardeo.

Una referencia a las bombas atómicas me hizo dudar.