Música de cañerías

—La muerte no apesta —dijo la dama—. Sólo lo vivo apesta, sólo lo que agoniza, sólo lo que se pudre apesta. La muerte no apesta.

si un hombre tiene cuatro paredes, tiene una oportunidad. Fuera, en la calle, no había nada que hacer.

La vida del escritor no tenía nada de glorioso; ni la del bebedor.

Aquél era el problema de ser escritor, ése era el principal problema: tiempo libre, demasiado tiempo libre. Tenías que andar esperando a que se acumulara el material para poder escribir y mientras esperabas, te volvías loco, y como te volvías loco, bebías; y cuanto más bebías, más loco te ponías.

La muerte no apesta —dijo la dama—. Sólo lo vivo apesta, sólo lo que agoniza, sólo lo que se pudre apesta. La muerte no apesta.

Curioso lugar —dijo Monk—. Apesta a muerte.

No quiero matarte, pensó, sólo quiero largarme

—¡Puedes irte al infierno! Estoy harto de oírte. Harto de tus quejas.

—¿Y qué aconseja a los escritores de más edad?
—Si siguen aún con vida, no necesitan consejos.

—¿Qué aconseja usted a los escritores jóvenes?
—Que beban mucho, que jodan mucho y que fumen muchos cigarrillos.