Nos gusta imaginar el jardín como un remanso de paz y un reducto de felicidad, pero más veces de las que suponemos su belleza es el resultado de prácticas antinaturales, violentas y abusivas. Su discurso iconográfico encierra a menudo una locura programada. Y tras su aparente orden se encubre el desequilibrio y la sinrazón. Agazapados en esos supuestos “entornos de cariño”,23 subsisten impulsos irracionales e instintos agresivos. Al igual que, como apunta el paisajista Clément,24 podemos ver en una hermosa alfombra de césped “un desierto biológico”, tenemos motivos para considerar la jardinería un arte de la crueldad.