Lo que nunca fuimos

Y también me doy cuenta de que, aunque Rubén y yo no pudiéramos vivir ese primer amor que muchos chavales de ahora sí pueden tener, todavía nos queda toda una vida por delante. Una vida entera para poder ser lo que nunca fuimos.

¿Cuántos amores se habrán visto frustrados por una sociedad que no estaba preparada, por haber nacido entre dos chavales que habían aprendido desde pequeños el miedo a ser ellos mismos? ¿Cuántos amigos como nosotros no se atrevieron jamás a confesar lo que sentían el uno por el otro y dejaron que sus sentimientos murieran con el tiempo? ¿Cuántos chicas suspirarían por sus amigas manteniéndolo siempre en secreto? Sin duda, habrán sido miles, cientos de miles, tal vez millones.

Y ¿cuántos de esos amores frustrados tienen la oportunidad de volver a encender esa chispa quince años después? Estoy seguro de que esos no son tantos.

Prefería tenerlo como amigo a no tenerlo en absoluto, por mucho que después me pasara años lamentando lo que nunca fuimos.

Tardo apenas un instante en darme cuenta de que es exactamente el beso que nos habríamos dado si hubiéramos dado el paso cuando teníamos quince años. Un beso tímido y dudoso, un beso casi vergonzoso, pero lleno de una dulzura que me calienta el corazón dentro del pecho. Sus labios no son los primeros que beso, al igual que está claro que los míos no son los primeros que besa él, pero hay algo en el beso que sabe a esa timidez de entonces, a esa inexperiencia que fue nuestra perdición.

—Me gusta Rubén —me susurra al oído—. El profe.

No puedo parar de pensar en lo que nunca fuimos. No dejo de darle vueltas a todo eso desde que nos hemos vuelto a ver. En todo lo que pudo ser. En lo que podíamos haber sido si las cosas hubieran sido un poco diferentes.