Yo —dice— soy Etón, un sencillo pastor de Arcadia, y…
—No, no —dice el niño. Da golpecitos en la página con la mano.
—La voz. Con la voz.
Konstance pestañea; el planeta rota un grado más; más allá de su pequeño jardín, debajo de la aldea, un viento desdibuja las crestas de las olas. El niño levanta el dedo índice y señala la página. Konstance se aclara la garganta.
—Y la historia que os voy a contar es tan disparatada, tan increíble, que no creeréis una sola palabra, y sin embargo —le toca la punta de la nariz al niño— es verdadera.