—A veces imagino que sujeto tu corazón1entre mis manos y lo contemplo —dije—. Es justo del tamaño adecuado para descansar en la palma de mis manos y tiene una textura carnosa y gelatinosa. Lo sostengo con devota aprensión, consciente de que un leve descuido bastaría para que se me resbalara y cayera al suelo. Cierro los ojos para sentir por completo cómo su calidez se filtra a través de mi piel. Al haber estado en la cavidad torácica, arropado por el calor corporal, conserva una temperatura superior a la del propio cuerpo. Y así, con el corazón en las manos, la textura de todos aquellos objetos olvidados se va materializando y poblando mi memoria de nuevo con todo su abanico de sensaciones táctiles. ¿No crees que poder hacer algo así sería maravilloso?