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Dardo Scavino

Máquinas filosóficas

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    En el siglo XVII, los «autómatas espirituales» de Spinoza eran seres humanos y, al mismo tiempo, complejas máquinas de razonar, semejantes a esa calculadora mecánica que Blaise Pascal había inventado en 1642: la Pascalina.
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    Con la revolución industrial, las máquinas sustituyeron al saber artesanal; con la revolución cibernética, convirtieron el saber intelectual en trabajo productivo. La revolución industrial había favorecido la desaparición de los saberes artesanales. La revolución cibernética favorece la valorización de los saberes sociales. La pregunta se desplaza entonces: ¿las máquinas terminarán remplazando ese saber que los antiguos llamaban teórico y del que forma parte la filosofía?
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    Las máquinas se parecen a extrañas criaturas que aspiran las materias primeras, las digieren en el interior y las escupen bajo la forma de productos terminados. El proceso de producción automatizado simplifica las tareas de los obreros que no cumplen ninguna función importante en la producción. Están más bien al servicio de las máquinas. Perdimos el valor que deberíamos tener como seres humanos, y nos convertimos en una prolongación de las máquinas, su apéndice, sí, su doméstico.
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    Las máquinas automáticas liberaron a los operarios de los trabajos penosos, pero, lejos de beneficiarlos, terminaron arrojándolos a la pobreza y enriqueciendo a sus patrones. A diferencia de los viejos artesanos, que se volvían imprescindibles por sus pericias en alguna especialidad, los nuevos trabajadores resultaban descartables. Y la proletarización de los trabajadores manuales era finalmente eso: la súbita desposesión de sus saberes artesanales.
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    La revolución industrial inició una nueva etapa en la sustitución del trabajo humano por operaciones maquinales, o del empleo de obreros naturales por operarios artificiales, pero también en el debate acerca de las consecuencias sociales de la inserción de las máquinas. Se trataba, según algunos, de un útil más eficaz y poderoso para la dominación de la naturaleza y para la liberación, en consecuencia, de los trabajadores industriales. Se trataba, según otros, de un útil más eficaz y poderoso para la dominación de los propios trabajadores.
  • Anafez uma citaçãohá 3 dias
    El valor y el interés de estos mecanismos automáticos, escribiría Jean-Pierre Vernant, «proviene menos de los servicios que pueden prestar que de la admiración y el placer que pueden suscitar en el espectador».42 Los límites de la antigua maquinaria griega y romana no se encontraban tanto en los avances tecnológicos de la época como en los criterios culturales de sus artífices y usuarios. Y esto seguirá siendo así durante siglos. Algunos campanarios medievales estaban provistos de dispositivos complejos para tocar melodías y accionar muñecos móviles, pero la sofisticación de sus sistemas no tenía más finalidad que maravillar a los parroquianos y atraerlos a la misa. Cuando las máquinas podían remplazar, en cambio, a los artesanos, se volvían menos populares y los poderes públicos intervenían a menudo para ponerles un límite.
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    «Déjame alimentar a la plebe», le respondió, como si se hubiese preocupado por las consecuencias económicas y sociales del incremento de la desocupación provocado por el uso de semejantes artefactos.40
  • Anafez uma citaçãohá 4 dias
    Pero esto supone dos cosas: que las máquinas nos remplazarán (aunque no sepamos hasta dónde) y que nosotros somos, por este mismo motivo, máquinas (aunque no sepamos tampoco hasta dónde). El saber de la máquina ¿es simplemente una technē, en el sentido de una destreza o una pericia para efectuar una tarea, o puede generar también una epistēmē?
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    Pero esto supone dos cosas: que las máquinas nos remplazarán (aunque no sepamos hasta dónde) y que nosotros somos, por este mismo motivo, máquinas (aunque no sepamos tampoco hasta dónde).
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    Los redactores del «manifiesto aceleracionista» de 2014 insisten con la misma prédica: lejos de oponerse a la automatización de las empresas, hay que acelerar este movimiento y entrar de una vez por todas en una sociedad del postrabajo.38 Si definimos el capitalismo como la sociedad que, a diferencia del orden feudal o el esclavista, convirtió el trabajo en una mercancía susceptible de venderse y de comprarse –si los definimos, en consecuencia, por la relación salarial–, esta sociedad del postrabajo debería ser, al mismo tiempo, una sociedad poscapitalista basada en un ingreso universal que convertiría el trabajo en una actividad esporádica y facultativa.
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