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Iria G. Parente,Selene M. Pascual

Secretos de la Luna Llena 3. Despedidas

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    Fue la que menos dudó: juntos era una promesa que ni ella ni el príncipe romperían jamás, mientras el otro la necesitase
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    Pero creo que me siento feliz. Cuando me inclino, quiero creer que lo hago ante todo Nryan.

    —Entonces, será un honor para mí acatar los deseos de mi pueblo.
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    —Estaré contigo.

    Se me escapa una sonrisa. Cuando me acerco a él, Hayes no espera mi mano en la suya. Lo veo sobresaltarse y mirar mis dedos apretándose contra su palma.

    —Gracias, padre.

    Se estremece. Yo misma siento la palabra extraña en los labios. Pero también es dulce y cálida y me habla de un retazo de familia que puedo permitirme tener.

    Sus ojos húmedos me indican que él también está feliz antes de que me abrace
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    Todo en ella, en realidad, transmite una seguridad que me recuerda levemente a la que muestra siempre la reina de las hadas.

    «Deja de mirarme así.»

    Se me escapa una sonrisa que escondo al agachar la cabeza.

    «Llevo mirándote así desde hace mucho tiempo, Eirene. Pero es un detalle que te hayas dado cuenta hoy.»

    El más leve rubor aparece en sus mejillas, pero podría pasar por el sofoco que provoca en ella el gentío de la sala. Sus labios se curvan un poco más hacia arriba. Asiente al último de sus cortesanos. Está cansada, pero como está también demasiado preocupada por la situación, no puede dejar de estar alerta.

    «Eres un adulador, Seaben
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    Sabe que pienso en que ha estado magnífica. En que ha plantado cara a Ibran con una entereza digna de una reina. La idea hace que sonría levemente. Ver ese gesto en sus labios es casi una victoria.
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    —Oh, por supuesto. Pero ya conocisteis a mi esposo en vuestra visita a Lothaire, ¿no es cierto, padre? Seaben.

    Él ve en mi cabeza lo que quiero hacer. Lo sé porque alza una ceja, pero adivino el asomo de una sonrisa en sus labios cuando avanza hacia mí.

    —Querida.
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    —Te quiero —susurra. Un recordatorio. Una respuesta a mis miedos.

    La mano sobre mi pecho se cierra alrededor de mi camisa. Yo sonrío un poco. Cierro los ojos. Sus labios se sienten tiernos y dulces contra los míos. En ellos, sin importar dónde estemos, encuentro mi hogar.

    «Te quiero», murmuro en mi mente.

    Y aunque no pueda borrar todas sus dudas, aunque no pueda conseguir que todo vaya bien, mis palabras cubren su incertidumbre y dan cobijo a su esperanza.
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