Historia de la Palestina moderna (3ª ed.)

El mundo de los judíos mizrajíes es de privación socioeconómica, situación que solo ha mejorado ligeramente con los años, lo que constituye una realidad frustrante que ha generado aún más frustración en contraste con la prosperidad de la clase alta asquenazí dentro del Estado. Las películas presentan la marginación geográfica de estos grupos (en ciudades en desarrollo y barrios bajos periféricos), su limitado acceso a los recursos financieros del país y su imagen distorsionada en la versión y el mito nacionales.

El público israelí se hizo más consciente de la brutalidad de la conducta militar israelí solo cuando la prensa unió sus fuerzas para revelar el lado más desagradable, en este aspecto el único, de la vida en los shetahim, el término hebreo, «los territorios», que es una definición del espacio al margen de la geografía y de naturaleza apolítica.

Ya hemos descrito en este libro a los enérgicos activistas que intentaron imitar las voces disidentes de los afroamericanos que a comienzos de la década de 1970 crearon las Panteras Negras. Sus miembros fracasaron a la hora de movilizar a la izquierda israelí, pero atrajeron la atención de la derecha, que explotó hábilmente la protesta y la manipuló convirtiéndola en un movimiento de masas que en 1977 llevó a Menachem Begin al poder.

A principios de la década de 1980, en los territorios ocupados, el retorno personal al islam se convirtió en un fenómeno colectivo y nacionalista[21]. El fracaso de la OLP para garantizar protección contra el hostigamiento y el control militar arrojaron a muchas personas en brazos del islam político.

Como fuerza social, esta nueva versión de la religión encajaba bien en la construcción de una sociedad civil tanto en Israel como en Palestina. La interpretación del mundo bajo un prisma religioso se vio reforzada por el descuido con que el Estado y las elites políticas trataron amplios aspectos de la vida de sus comunidades.

El deseo de volver a conectar con los códigos de conducta del pasado no se limitó a los musulmanes, también era evidente en la comunidad judía. Como anticipaba en el prefacio, en Palestina e Israel la religión demostró ser una fuerza resistente y con capacidad de adaptación, y no la reliquia decadente del tradicionalismo que los gurús de las teorías de la modernización descartaron tan fácilmente.

A finales de la década de 1980 apareció un nuevo actor político en la escena local israelí y palestina: los movimientos islámicos. Se trataba de Hamás y la Yihad Islámica en los territorios ocupados –y el sur del Líbano– y del movimiento islámico en el propio Israel.

Los pequeños asentamientos judíos estaban conectados con otros de mayor tamaño y con Israel a través de las autopistas; los palestinos que vivían en un área circundada por asentamientos solo se podían mover, si lo conseguían, cruzando con gran dificultad una serie de barreras militares. El «proceso de Oslo» consistió en el asfaltado de autopistas, la excavación de túneles y la cantonización de Cisjordania (más adelante veremos su repercusión en Gaza).

Los cuatro años de gobierno laborista (1992-1996) estuvieron marcados por la confiscación de tierras a gran escala y la expansión de los asentamientos.

El proceso anuló algunas de las principales promesas contenidas en el documento de Oslo. El apartado 7.O del artículo 31 declaraba: «Ninguna de las partes iniciará o dará paso alguno susceptible de cambiar el estatus de Cisjordania y la Franja de Gaza, pendientes de los resultados de las negociaciones relativas al estatus definitivo».