El viaje del duelo

El sonido del luto es un réquiem personal; cada uno oímos de forma distinta la inquietante melodía de la muerte.

«“El sufrimiento del duelo forma parte de la vida tanto como el gozo del amor; quizá sea el precio que pagamos por el amor, el coste del compromiso” (Colin Murray Parkes, 1987).

agotados y en tal estado de agitación que lo único que nos apetezca sea irnos a dormir y no despertar jamás.

somos capaces de percibir su olor o de estar convencidos de que pronto volverán a casa, la certeza de que al final, en realidad, no estaban muertos;

El Buda y el bebé
Hace dos mil quinientos años, el Buda utilizó una técnica de aprendizaje práctico para ayudar a una mujer afligida a aceptar la realidad de la muerte de su hijo. El niño había fallecido poco después de aprender a andar, y, sumida en un estado de angustia, la mujer pasó varios días recorriendo las calles con el niño en brazos y pidiéndole a todo el mundo alguna medicina para salvar a su hijo. Al ver su comportamiento, el Buda le dijo que sabía de una medicina que la ayudaría, pero antes tenía que reunir un puñado de semillas de mostaza, una semilla de cada casa en la que no hubieran conocido la muerte. Al ir de casa en casa y verse incapaz de recaudar las semillas, se dio cuenta de que la muerte en general, y la muerte de su hijo en particular, era una realidad. A través del discernimiento, la mujer abandonó su conducta irracional.5

«No podemos detener las olas,
pero sí aprender a surcarlas».

El pasado es un país extranjero3 al que no podemos regresar jamás. Tan solo perdura en el recuerdo. El futuro es otra fantasía: no ha llegado aún. El mañana existe solo en nuestra imaginación.