El mito de la belleza

Con juventud y belleza, pues, la mujer trabajadora es visible, pero insegura, pues se le hace sentir que sus cualidades no son únicas.

Lo que es genérico puede reempla­zarse.

En 1972 se dictami­nó que la «belleza» era algo que, legalmente, podía ha­cer que una mujer consiguiese o perdiese un empleo.

promovió una imagen comercial y sexualizada de la azafata, la modelo y la secretaria ejecutiva. Se moldeó un estereotipo de empleada joven que utilizaba la belleza para socavar tanto la seriedad del trabajo que realizaba como las implicacio­nes de su nueva independencia.

s posible que una parte de la psique femeni­na ansiara ser reconocida por el trabajo, el talento y el dinero que ya se les exigía al retocar su imagen

Cuanto más se aproximaba la mujer al poder, mayor conciencia de su propio físico y mayor sacrificio se le exigía.

Lo que ocurre en este momento es que una parodia de la BFOQ, que yo llamaría RBP, es decir, requisito de belleza profesional, se está institucionalizando am­pliamente como condición para dar em­pleo a las mujeres y para su ulterior ascenso.

En un nivel superior, se acepta que la mujer ocupe puestos intermedios siem­pre que se identifique con los hombres y no empuje demasiado el techo de cristal.

Hasta la década de los sesenta, la idea convencio­nal de que el trabajo del hogar no remunerado no es «realmente trabajo» contribuyó a confundir la percepción de la mujer en cuanto a su tradición laboral de trabajo intenso. Semejante táctica dejó de ser efectiva cuando las mujeres empezaron a realizar trabajos que los hombres consideraban masculinos, es decir, tra­bajos que merecen una retribución.

Las mujeres trabajan mucho, el doble que los hombres.