Otra forma de abordar la vecindad de la nada es enfrentarse cara a cara con ella; es el método del toreo: sin vías de escape, sin redes de seguridad, sin edulcorantes. Hay que cargar de frente, con los ojos bien abiertos y sabiendo siempre lo que hay: nada. Recordemos los hechos desnudos de nuestra condición: nada delante y nada detrás. Este método es el ideal si resulta que nos obsesiona la vecindad de la nada y no podemos admitir las promesas religiosas de vida eterna ni permitirnos una prolongación de la existencia por medios biotecnológicos. Desde luego, el método del toreo no es fácil ni apacible, en particular para el toro. Pues eso es lo que somos a fin de cuentas: el toro, que espera que lo despachen, y no el matador, que machaca al morlaco y sigue su camino.
«Los seres humanos», escribe Simone Weil, «estamos hechos de modo que los que machacan no sienten nada; es la persona machacada la que siente lo que ocurre».2