Vista en retrospectiva, esa actitud parece un tanto cruel: reconocer y rechazar al mismo tiempo el deseo de atención por parte de alguien, sobre todo de un niño. Lo único que quiere es que le hagas caso, como si fuese malo querer que estén por ti, como si eso fuese equiparable a querer dinero o poder o fama. Tal vez ese sea el motivo por el que ahora prefiera que me ignoren: me distorsionaron de alguna manera irreversible.