Concentré toda mi atención, el resto de mis fuerzas, en esperar la agonía. Tardaba en venir. Seguí empequeñeciéndome y el cielo invisible, sin horizontes, el espacio desprovisto de siluetas, de nubes, de estrellas, me convirtió en su punto central, mientras retrocedía y crecía. Intenté arrastrarme por la cama sobre la que yacía, pero debajo de mí ya no quedaba nada y la oscuridad no amparaba nada ya.