Cuando nací llovía, pero no debo tomarlo como un signo. Entre los infinitos errores que cometemos, aun antes de nacer, los hombres, uno de los más vulgares consiste en creer que ciertos fenómenos ajenos deberían influir en nuestras vidas: que algo tan general, tan vago, tan olvidable como una lluvia en pleno invierno puede tener algo que ver con algo tan general, tan vago, tan olvidable como los caminos que puede tomar la vida de alguien. Aunque el error de esta frase está claro: cuando nací, yo no era algo tan general, vago y olvidable. Cuando nací yo era tantas cosas. Era el primogénito, era el que iba a cambiarle la vida a mamá y a mi padre, era el argentino más joven más nuevito, era pura potencia acumulada. Desde ese mismo momento empecé a perder algunas de mis cualidades, y no siempre las que el lector podría imaginar. Porque de eso se trata todo esto: de estar lleno de potencia e ir perdiendo.