Fiebre de carnaval

Crecer es no poder abrir la boca cuando las cosas te disgustan, pensé, y tampoco lo dije en voz alta; total, nadie me estaba escuchando.

porque el culo es casi una exigencia entre la gente, según entiendo te puede faltar de todo, pero no culo.

mamita, es que están enamorados, hay que cuidarse siempre del amor de los hombres, mija, un hombre enamorado es capaz de hacer cualquier cosa, desde escribir desvaríos cojudos, gritar, amenazar, vigilar… Dios no quiera, mija, Dios no quiera que un hombre se enamore de usted.

Mi ñaño Jota decía que bailar es escuchar con la cintura, mija, nada más, los pies a uno se le mueven solitos,

me meneo por dentro.
Así debe sentirse morir.
Las cabezas sollozan, pero siguen cantando.

Me grito hacia dentro y escucho a lo lejos el llanto de mi mami Checho, moquearse el agua gritando mija, ay, mija, Dios, por qué lo permitiste, Dios, por qué mi chiquita, mi Dios, por qué permites esto.
Pero el llanto es apagado en el junte de las cabezas a mi alrededor, en la mano de Sabrosura que se cose a mi mano como si nuestra piel no tuviera contornos. Lo que duele y sale me hace imaginar las carnes y aguas de mis ñañas y Sabrosura como una sola carne, como la plastilina que se mezcla y funde sus colores para hacerse una masa más grande, más poderosa y precisa.

Su voz se me mete despacio por la boca, pero ya no me late la vida dentro de la vida, más allá una tina café y una humareda donde puedo ver quemándose un ramo de manzanilla.

Tozo una espuma blanca de la boca que me sabe a saliva, naranja y rumor de aguardiente curado, sigue abriéndose paso un henchor líquido que baja segundo a segundo de entre mis piernas. Un latido mínimo se expande también en mi pecho, abajo de la jaula de huesos que protege mi corazón detenido. Baja, desciende y entiendo que si nací de una mami de agua, soy más agua que jedentina, más agua que cuerpo de carne. Entonces me desaguo y boqueo como un bagre recién sacado del agua, baboso por fuera, cristalizándome los ojos y la piel.

cráneo lleno de coágulos y alacranes podridos empapados de la pasta cerebral, que me impedía respirar y me agitaba el pecho.

lancha se movió de un lado al otro y tuvimos que sujetarnos fuerte para no caer con la reina ballena, que nos había permitido presenciarla. Por primera vez sentí que los rezos que hice a la mama Doma surtían efecto, la misma ballena, o tal vez otra, volvió a elevarse sobre el horizonte verde y brillante del sol de Súa.