El vértigo, a diferencia de la angustia, no surge ante la nada sino ante el vacío. Irrumpe en la atracción y la repulsión del vacío; pero el vacío ¿de qué? De la ley. Porque vida y mundo no son lo mismo, porque vida y mundo no coinciden, la existencia se encuentra al borde del precipicio. Resultado de la herencia que recibimos al venir al mundo, la moral no conoce el vértigo; la ética, en cambio, sí. Encontrarse en una situación ética es vivir el vértigo ante el vacío del deber, ante el (sin)sentido. La moral tranquiliza, ofrece seguridad porque da normas, prescribe un comportamiento universal. La ética, en cambio, provoca el vértigo porque nos sitúa en el abismo de un vacío imposible de superar. Una lógica de la crueldad no puede soportar el vértigo, por eso intenta con todas sus fuerzas diluir la frontera entre la moral y la ética, reduciendo la segunda a la primera. En una lógica de la crueldad todo es moral, o inmoral; no hay en ella tiempo para la ética. La lógica moral es cruel porque huye del vértigo del (sin)sentido. Solo hay significado. Ya no existe la atracción y el espanto del precipicio. Todo tiene (o debe tener) su lugar, todo sucede (o debe suceder) como Dios manda. Ni alteridad, ni extrañeza, ni disonancias, ni disidencias, ni transgresiones, ni perplejidades… Todo está previsto, todo está predeterminado. Y si algo no lo está, entonces debe ser exterminado por su propio bien y por el nuestro. A veces, según la lógica de la crueldad, es necesario cortar las malas hierbas para que un hermoso jardín florezca…