Le rodeó el cuello con los brazos y, por un segundo, lo abrazó con fuerza. Lo abrazó como si él fuera suyo y ella fuera de él, y no hubiera nada más que se interpusiera entre ellos. Ninguna maldición. Ninguna mentira. Ninguna herida o error del pasado. Lo abrazó como si solo existiera el presente, como si nada importara más que aquel momento. Después lo soltó.