Hacia 1970,2 cuando le va cogiendo el tranquillo, escribe: «Creo que soy un buen (y, muy rara vez, en momentos mágicos, un gran) profesor: no porque comunique hechos, sino porque de alguna manera transmito una especie de pasión por el paciente y el tema, y una idea de la textura de los pacientes, la forma en que sus síntomas encajan en su ser total, y cómo esto, a su vez, encaja en su entorno total: en resumen, una especie de asombro y satisfacción por la forma en que todo encaja (y todo encaja de una manera realmente hermosa, como un maravilloso puzzle)».