Pienso en la culpa siempre acechando, en el despertador indicándonos que es hora de hacer otras cosas, en las despedidas bruscas, en las carreras al autobús, en los cortes de digestión. Y, de pronto, como si un rayo hubiese caído en mi cerebro facilitando unas conexiones nuevas, lúcidas y extrañas, pienso que El Bosco no estaba condenando a la humanidad con este jardín, ni advirtiéndola de lo que pasaría si vivían en pecado, sino que estaba mostrando todo lo deseable, todo lo posible, todo lo magnífico que podía tener la vida y el mundo: un lugar diverso y amable, donde no existe la culpa ni el dolor y donde los humanos y los animales conviven con la naturaleza y se dedican en cuerpo, mente y alma a la exploración de los placeres.