Mejor que ficción

El 6 de enero de 1990 los restos de Marcelo Gelman fueron velados en público. Pero antes su madre, Berta Schubaroff, quiso despedirse a solas. A puertas cerradas, en las oficinas del equipo, trece años después de haberlo visto por última vez, al fruto de su vientre lo besó en los huesos.

Entre ellos, un antropólogo forense –un especialista en la identificación de restos óseos: alguien que puede leer allí los rastros de la vida y de la muerte

No es grande. Cuatro por cuatro apenas, y una ventana por la que entra una luz grumosa, celeste.

La guerra no tiene rostro de mujer, de 1985,

La música que oímos en un bar, en un café, en un taxi, en una publicidad de YouTube, recuerda él, se corresponde con el ruido que hace un carro parado

Los ojos redondos no son un signo de occidentalización, sino de falsificación, la garantía de que se trata de un ser imaginario.

No solo porque es esa la dinámica de la tradición artística: la constante relectura, la reescritura constante (cada cronista vuelve a visitar y a reformular los temas, los espacios, las estrategias narrativas de sus predecesores, sumándoles su propio pacto ético y su propia vuelta de tuerca estética); sobre todo porque la Historia avanza como un tanque y cada presente reclama sus testigos, sus intérpretes, sus cronistas.

Los pueblos heroicos no sustentan planes en el análisis de sus posibilidades sino en la fe en su capacidad de esfuerzo y sacrificio.

Por reflejo animal o justicia poética

el aparente azar de los viajes acaba imitando el orden previsible de la vida