Seguí escribiendo porque sí, porque era mi manera automática de reaccionar ante la hecatombe de unos años en que las crisis económicas, las devaluaciones de la moneda, la absoluta falta de libertad y democracia, las guerras internacionales, hacían la vida imposible, mejor dicho, indeseable. Seguía escribiendo porque no había de otra, como lo hacía Liliana.