El chico que dibujaba constelaciones

Que romperíamos por el camino todo lo que habíamos construido.

sencillamente entendí que éramos dos estrellas perdidas en un firmamento inmenso que se habían encontrado por casualidad.

Pero esto será solo para nosotros. Un punto por cada instante importante. Una estrella, una marca que solo tú y yo sepamos descifrar. Será el álbum de nuestras vidas.

Porque aprendimos que después de la tormenta llegaba la calma y que «nosotros» éramos nuestra historia de amor, la parte bonita y dulce, pero también la otra, la ácida, la dolorosa, la que no siempre se sabe desenredar.

Tú y yo nos encontramos. Volvimos a mirarnos.

Volvimos a querernos bien y a pensar en el otro.

Pero cuando tu cuerpo encajó con el mío… Gabriel, cuando encajamos por primera vez, sencillamente entendí que éramos dos estrellas perdidas en un firmamento inmenso que se habían encontrado por casualidad.

Recuerdo como si fuese ayer la primera vez que te vi.
Tuve la sensación de que un imán me obligaba a mantener los ojos sobre ti y de inmediato se me calentaron las mejillas

Necesito que lo sepas. Que también me duele todo esto. Y que estoy a punto de caer…

Nos pasamos la vida planificando días especiales, el de los cumpleaños, el de Nochevieja y tantos otros que a menudo permanecen menos tiempo en la memoria que los más sencillos, los cotidianos, esos que son tan difíciles de prever que uno nunca sale de casa con la cámara de fotografías colgada del cuello para poder capturarlos. Permanecen solo en nuestra memoria y, cuando llegamos al final del camino, sencillamente se convierten en polvo, en nada.

Los recuerdos malos también somos nosotros.

Y entonces trazaste otro punto. El de la pérdida. El de «lo que pudo haber sido y no fue», ese que marcó el fin de algo porque, después de aquello, los uniste hasta formar nuestra primera constelación. Pensé que era bonita. Agridulce. Única