Aprendí a vibrar con olores que todavía no estaban relacionados entre sí: el alquitrán caliente de las calzadas recién asfaltadas, el rabillo de los tomates, las piedras sin pulir, la sangre de los árboles recién cortados, el pan duro, el papel biblia, las rosas muertas hace mucho tiempo, el vinilo y las gomas por estrenar se convirtieron para mí en ilimitadas fuentes de voluptuosidad.