«Las aves hembras, eligiendo durante miles de generaciones los machos más hermosos y melodiosos según sus tipos de belleza, pueden producir un efecto señalado», escribió Darwin en El origen de las especies.
Como damas victorianas en una cena, las aves hembras no tenían ninguna razón para competir. Silenciadas por la teoría darwiniana, su función principal consistía simplemente en presenciar el llamativo espectáculo de los machos y recompensar al elegido como su favorito apareándose con él, por más que a regañadientes.