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Carlos Contreras,Marina Zuloaga

Historia mínima de Perú

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    Estos asentamientos urbanos cumplirían el papel de capitales de las nuevas demarcaciones administrativas, pero solían construirse además otras en cada una de las divisiones provinciales. Así ocurrió en la provincia de Huaylas, donde hubo, al menos, dos centros o cabeceras provinciales situadas en las dos mitades de la provincia inca. Unas y otras solían incluir un templo solar —que representaba la nueva religión estatal—, con un acllahuasi o “casa de la escogidas”, jóvenes vírgenes encargadas del culto solar, almacenes estatales (colcas) circulares o rectangulares —en donde se almacenaba maíz, papas, quinua y charqui para su posterior suministro—, y edificios con muros de piedra o adobes para desempeñar funciones específicas. Algunos de ellos, como las colcas, eran custodiados por el ejército y se hallaban bajo la administración de especialistas quipucamayos. Este aprovisionamiento permitía el ordenado flujo de bienes y hombres a través de la red de caminos y ciudades por todo el territorio del imperio.

    Los centros provinciales dependían administrativamente del principal centro inca de cada región del imperio. El centro más perfecto de todos fue la capital del Chinchaysuyo: Huánuco Pampa, un “otro Cuzco” que administraba alrededor de 300 000 tributarios. Otros centros incaicos de la misma jerarquía fueron Quito, Tumipampa, Hatunqolla, Charcas e Incahuasi.

    Dentro de la ciudad Huánuco-Pampa la plaza central con su pirámide o ushnu al centro era usada para resolver rivalidades étnicas y políticas, así como para representar ritualmente los vínculos del imperio con la provincia. En la ciudad vivían de manera permanente sólo los administradores incas, algunos mitimaes, probablemente algunos funcionarios y ciertos miembros de las élites locales y los especialistas del culto solar, entre ellos las acllas que tejían y preparaban alimentos y bebidas
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    n cada provincia inca se construyó un centro o capital provincial, con propósitos de control económico, político, militar y judicial que sustituía, o a veces se superponía, a las cabeceras principales de las entidades políticas preincas que las integraban. Por ejemplo, la capital provincial inca denominada Cajamarca, desplazó a la vieja capital Cuzmango, del reino que llevaba el mismo nombre. Las autoridades regionales y locales podían seguir residiendo, como de hecho ocurría a menudo, en la antigua capital, pero era en la nueva donde se realizaban las principales celebraciones y rituales políticos de la provincia.
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    regionales y locales, o el matrimonio del Inca con las hermanas o hijas de éstos. Las mujeres se convirtieron en elementos clave en el afianzamiento de las relaciones de los incas con los líderes de los territorios conquistados.

    Dentro de esta organización el único gobernante impuesto desde el Cuzco era el Tocroyrico (en quechua, el que todo lo ve), encargado del manejo de los asuntos censales, del tributo, la organización de la mano de obra y de velar por los derechos concernientes al estado inca (administración de las tierras estatales, supervisión de los colonos estatales, organización y mantenimiento de las obras públicas y administración de justicia). Santillán lo describe como el señor principal de todos los curacas.

    La simetría y el equilibrio entre las partes hanan y hurin de las provincias incas se logró, desde luego, a costa de reacomodos y ajustes de los grupos políticos locales. Es el caso de la provincia de Yauyos, integrada por el reino de los yauyos (que constituyó la mitad hanan) y los reinos menores de Huarochirí, Chaclla y Mamaq (que formaron la mitad hurin), y de la provincia de Huaylas, que básicamente se estructuró sobre la base de tres reinos preexistentes: Recuay, Huaraz y Huaylas. En otros casos la división no fue en dos mitades sino en tres partes, como en el caso de los guayacundos.
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    a aplicación de un cálculo porcentual sobre los verdaderos efectivos de población existentes en cada una de las entidades políticas que componían una provincia garantizaba la equidad tributaria.

    Como ya se ha adelantado, la aplicación de este esquema implicaba la incorporación al sistema administrativo imperial de las autoridades regionales y locales —siempre que le mostraran fidelidad y sometimiento— en sus diversos niveles jerárquicos, confiriéndoles un papel central en el sistema de poder incaico, reforzado mediante la entrega de insignias de mando y el estrechamiento de vínculos parentales con ellos, tales como la cesión de mujeres incas a los más importantes dirigentes
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    ntegraban idealmente a 10 000, 1 000 y 100 unidades domésticas, respectivamente. Al mando de cada 100 indios se ponía a un señor llamado curaca de pachaca; y por cada 10 de estos curacas se señalaba a uno como el jefe de ellos, a quien se llamaba curaca de guaranga, que querría decir “señor de mil indios”. Encima de los curacas de guaranga figuraba el curaca de más alto rango, señor de toda una provincia o valle.
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    000 hogares) y el ideal inca, que, al parecer, no debía ser menor de un hunu. En la Sierra Norcentral, el historiador finlandés Martti Pärssinen menciona las provincias de Cajamarca (5 000-7 000 familias), Yauyos (10 000), Huánuco (10 000) y Huaylas (10 000-12 000).

    Los más importantes estudiosos de la civilización inca, como John Murra, Terence D’Altroy y Martti Pärssinen, señalaron que la estandarización de las diferentes entidades políticas integradas en el Tahuantinsuyo o imperio inca, adoptó la estrategia de una organización demográfica decimal, elocuentemente descrita por el cronista Hernando de Santillán. Según éste, cada provincia fue dividida en mitades —hanan o mitad de arriba, y hurin o mitad de abajo— estructuradas en un sistema piramidal basado en la organización decimal. Los hunus, guarangas y pachacas
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    Los incas tuvieron que basarse en la organización local a la hora de efectuar el rediseño político, y tomar en cuenta no sólo el volumen demográfico de las unidades políticas que componían las provincias, sino también su tipo de organización, la existencia de fronteras naturales, la uniformidad y difusión de las diferentes lenguas y la distancia frente a otras provincias y sus capitales. Ello explica la disparidad de la magnitud demográfica y de la extensión territorial de las diferentes provincias incas. Estas podían ser inmensas, como la de Cañar integrada por 50 000 unidades domésticas, o muy reducidas, como la de Huamachuco, con sólo 5 000 familias.

    No obstante esta adaptación del sistema a las condiciones regionales de poder, la creación de las provincias implicó una cierta reestructuración de la organización política local conformada por entidades muy diferentes, desde pequeños curacazgos hasta grandes confederaciones. En el caso del Chinchaysuyu —donde se crearon la mayoría de provincias incas— ellas adoptaron generalmente dimensiones más amplias que las que habitualmente tenían las unidades políticas locales. Su tamaño estándar fue aproximadamente el de un hunu (10 000 unidades domésticas), lo que constituía un tamaño intermedio entre las grandes unidades políticas locales de esta parte de los Andes, que no solían pasar de cinco o seis guarangas (5
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    Inca establecía lazos sanguíneos y rituales de tipo personal y parental.

    Sin embargo, la enorme extensión de los territorios que llegó a abarcar el imperio inca y la heterogénea composición étnica y política de los grupos que lo conformaban supuso un desafío de organización, administración y gobierno que los incas resolvieron creando provincias político-administrativas. En el momento de su mayor expansión llegaron a sumar unas ochenta, según el arqueólogo Terence D’Altroy.
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    El sistema político y administrativo: las provincias incas

    En principio, el dominio inca y su reestructuración política descansaron fundamentalmente en el mantenimiento del jerarquizado sistema de poder andino regional y local —en cuya cúspide se situó el Inca— y en el reclutamiento de los curacas que gobernaban las entidades políticas conquistadas, con quienes el
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    tangibles de habilidades militares y conquistas. Los incas tenían, además, otros incentivos para expandirse, como el afán de conseguir riquezas y recursos altamente productivos, como tierras y rebaños, y bienes de prestigio, como minerales, oro, plumas y conchas de Spondylus; y finalmente, la propia ideología imperial de expandir el culto de sus dioses y civilizar el mundo.
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