Él fue el motivo de mi decisión, pero también me hizo ver cuál era mi camino.
Él me estaba volviendo loca. Pero esta vez, nos iríamos.
Teníamos un proyecto en stand by por mí. Siempre habíamos querido irnos a probar suerte a otra ciudad, vivir esa aventura las cuatro juntas, descubrir mundo, permanecer unidas, convivir, hacernos mayores, madurar… pero no lo hicimos cuando estaba previsto. Ahora no había excusa, no había impedimento. Ahora era el momento de intentarlo, de planearlo, de hacerlo.
Ella. Maldito momento en que se me cruzaron los cables y di pie a lo que hice. ¿Y ahora? Ahora me enteraba de que tenía planeado marcharse y ni siquiera me daba la oportunidad de explicarme, de hablar, de poder disfrutar de ella.
Pues iba apañada, no iba a rendirme, no iba a conformarme con lo que había pasado. Necesitaba más, necesitaba mucho de ella y si iba a ser el último verano que pudiésemos compartir, de bien seguro iba a aprovecharlo. Sin embargo, no contaba en todo lo que me provocaba, ni como influenciaba en mi comportamiento, ni mucho menos como el destino parecía jugárnosla.
Tal vez todo fuesen coincidencias, pero parece que cuanto más te quieres alejar de algo, más te lo pone delante. Quizás todo se resume en que uno no quiere irse, y el otro no quiere despedirse.